Goya Corrientes – Sep/2011
A la inmensidad del Paraná y su gente.
- Hay pique? – preguntó harto por el ruido del silencio en la espera del animal -
- Y... pobre nomá...- Decía José con su línea en la mano y la mirada perdida en un camalote.
Siempre miraba a ese camalote…Parece que el tiempo se detuviera cada vez que se iban del Escondido…que los pájaros siempre estaban cantando la misma estrofa y comiendo sobre el mismo árbol…ese tronco, castigado por las aguas…siempre estaba ahí…como si día a día le dieran tregua…Ese camalotal nunca se fue. Pero ellos se marchaban sabiendo, que las aguas bravas no dan tregua.
Daba ternura verlo José. Sus manos cortadas de tantos años de vivir en la isla. Tan llenas de callos por golpear el acero en las ramas; cortadas, como con mil lanzas, de tanto apretar la línea que a las bestias atrapara.
Daba miedo verlo a José. Tan sereno ante todo, como si no le importara nada, nada. Como si las lluvias, o las heladas, o el azote duro del sol por estos pagos causaran en el mella alguna.
Con ese rostro oscuro de vivir tanto y no tener nada…esa piel reseca, manchada casi por el paso de los años y el negro humo del cigarro y las brazas… y un silencio siempre. Ya casi, como si nunca hablara…
Canoa vieja y despintada, camisa rota y gastada. Lo escuchaba venir a fuerza de pala como un tronco hamacado por el río. Fumando su cigarro. Sin decir nada.
Cansado de revisar tramperos y no capturar ninguna presa, pero resignado al saber, que la soledad no escucha quejas.
- E´… noma´… - Masticaba entre dientes, y otra vez al silencio, y a la oscuridad espesa, casi impenetrable por los ojos, bien adentro en el Escondido.
No sabe si fue el frío, o las ganas de conversar o simplemente la intriga humana de saber. Menos certeza tiene de que preguntar estuviera bien, pero pregunto:
-Y ahora…tiene hijos José?
El estruendo retumbaba como un tambor de esclavos y subía hasta las copas de los árboles, el sordo ruido del silencio golpeaba una vez más.
José se paró y acerco un leño, un tanto verde, al fuego que rápidamente lleno de humo sus cuerpos. Todavía no puede entender como fue que se paró y acerco al fuego sin siquiera pisar alguna hoja, rama…algo que a sus oído, al menos pudiera molestar. Era algo inquietante.
-Tuve - Dijo José a media voz – tenía...
Quedo cabizbajo su compañero, como si estuviera en falta de alguna forma con ese isleño…apenas si se escuchaba el ruido de las brazas.
- Tenía… - José le repitió susurrando al oído –
Ginebra en la mano lo vio caminar entre el monte como un animal sigiloso, casi al asecho; subirse a la canoa y mojarse las manos antes de pulsar la pala y el remo y ése su Cristo, que de vez en cuando recuerda.
Río arriba y cerca de la costa, con la voluntad de volver y contra la voluntad de las aguas bravas. José, su compañero y el peso de todos sus fantasmas.
- Allá esta el rancho – Adelanta José. Pero ahora es su compañero quien calla. Se adueña del silencio. Ve sombras extrañas, pero conocidas, y ya más cerca, casi a ciegas, palpa el añoso árbol y amarra las cuerdas.
Y de vuelta al catre... su mesa y moscas volando cerca, y el acero magullado de tanto lastimar la leña. De vuelta al mate lavado con la misma yerba de jornadas pasadas.
Vivió solo tanto tiempo, que ya ni de su voz se acuerda… ni sus amigos, ni sus miedos y sus guerras.
- Cosa de antes…- José piensa -
Mientras reza callado para que su compañero se pierda otra vez por el viejo camino, en busca del refugio ante quien no lo entienda. Y solo luego por las noches, cuando solo lo comprenda la selva, lo acompañe hasta el infinito por el río... despacito y costeando; a buscar sus bestias, o lo que fuera que no tuviese gustito a yerba.
A remar y remar por los rincones del Escondido. Siempre a media luz, y a veces ni media…lo acompañe su compañero, su hijo, su fantasma, su alma en pena.
Nota de la Redacción: Gracias Lisandro, hermosa historia, esta redacción te felicita y te alienta a que sigas escribiendo. Confiá en nosotros para tus próximas publicaciones!
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